Érase una vez una pequeña hada que se llamaba Rosalina. Ella era tan
pequeña como una abeja, tenía dos alas transparentes y brillantes y un
vestido de color rosa. En el bosque todo el mundo le quería, porque no
sólo Rosalina era hermosa, sino que también era buena y amable. Rosalina
tenía una enemiga muy feroz, Arachnée, la araña malvada que odiaba a
todo el mundo, y que se quería comer a todos los que eran más pequeños
que ella.
Era el terror de las moscas y de todo lo que volaba tranquilamente en el
bosque. La pequeña hada tenía miedo porque su varita mágica no podía
hacer nada en contra de Arachnée. Un día Rosalina estaba durmiendo la
siesta, su cama estaba en el medio de una rosa silvestre que perfumaba
el aire a su alrededor. De repente llegó una abeja rubia llorando
desesperadamente. ¿Dónde estás Rosalina?
Le preguntó a la pequeña rosa silvestre. La flor abrió sus pétalos y
allí, en medio, la abeja vio a la pequeña hada. ¡Rosalina, Rosalina!
-gritó la abeja rubia al hada adormecida. Rosalina se despertó, se frotó
sus hermosos ojos y preguntó con su dulce voz: ¿Qué deseas? Rosalina
¡piedad para mi hermanita Miellette! ¡Ella está atrapada en las redes de
Arachnée!
Rosalina saltó de su cama perfumada, lanzando un grito de terror. Pero
tú sabes, abejita querida, que yo no puedo hacer nada en contra de
Arachnée. ¡Usa tu varita mágica! ¡Mi varita mágica no tiene ningún poder
contra la araña! ¿Qué puedo hacer? Preguntó la pobre abeja desesperada.
Miellette va a morir.
